miércoles, 3 de marzo de 2010

Carta al distraído. Por Bernardo Nante*

Escribir una carta al distraído es como arrojar un mensaje al mar. El mar de los distraídos, su inconsciente, está lleno de mensajes perdidos. Porque el distraído lee sin leerse y mira sin mirarse.
El mayor de los distraídos no se sabe distraído y cree que basta con abordar “responsablemente” los asuntos cotidianos para estar “atento”.
Más aún, está el distraído evidente que evita una mirada filosófica a la vida, pero también está el distraído que “filosofa” para no verse a sí mismo. Este último utiliza las armas de guerra de la razón para justificar su rutina o simplemente para distraerse de esa misma rutina.
La distracción de la distracción es un signo de los tiempos. El hombre contemporáneo está atento al devenir de lo cotidiano, a la “realidad” construida por los medios de comunicación, pero no está atento a sí mismo ni al sentido que se hace patente a cada paso.
El acontecer interno y el acontecer externo son el espejo recíproco de un sentido, de una vocación que reclama.
Con las situaciones límite el distraído recibe su llamado en altavoz: allí su vida se desarma o, quizás, se descubre en las grietas de todo lo que comienza a desmoronarse.
La muerte no acaba con la distracción porque, como señala la tradición de la India, la distracción es muerte. Pero a diferencia de la muerte física, la verdadera muerte, la muerte espiritual se conjura con la vida atenta, que es vida inmarcesible.

*Bernardo Nante: Doctor en Filosofía. Especialista en la obra de Carl Gustav Jung e investigador en áreas vinculadas al estudio de las religiones, filosofía comparada de Oriente y Occidente y de la articulación entre psicología, religión y filosofía. Profesor titular en las Cátedras de Mitología General y Comparada, Escuela de Estudios Orientales; Filosofía de la Religión, Facultad de Filosofía; Universidad del Salvador. Creador de la Fundación para la Vocación Humana. Disertante en numerosos Seminarios nacionales e internacionales

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