Parece imposible escribir una carta al tibio que se empecina en desconocer o encubrir su propia tibieza. Pero algo de fervor guarda en su seno el tibio que se sabe o se sospecha tibio.
En cambio, el tibio de toda tibieza siente que esa carta no es para él, porque sólo acepta mensajes complacientes. Una carta sutil le será indiferente o le suscitará un moroso goce estético y tildará de fanática una carta frontal y fervorosa.
El tibio pretende vivir sin que la vida le toque y encubre su falta de intensidad con simulada moderación.
Más hipócrita aún es la tibieza que se disimula con acciones ampulosas que sólo arrastran energía física y psíquica sin orientación espiritual, en definitiva, sin amor.
Al tibio nada le llega o pretende que nada le llegue, pero tal hipocresía ontológica es devastadora pues la indiferencia ante la Vida que pide a cada paso nuestro socorro es criminal. Así, una vida de omisiones es una vida asesina y sólo puede salir de su tibieza quien se atreve a verlo.
Escribo esta carta al único tibio que quizás pueda escucharme. Se la escribo al tibio que habita en mí y así invito a cada uno a escribir la propia.
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